Organizar un fútbol entre amigos es un trabajo no remunerado. En la época en que me ocupé fuerte del tema (qué importan los años), la cosa se hacía con llamados telefónicos, no por mail. El código era que íbamos todos los que habíamos jugado la última vez y el que por x causa no podía, avisaba. No estaba estipulado con cuánto tiempo de anticipación había que avisar que uno no iba y podía pasar que alguno una hora antes diera el no a cambio de un bautismo, un malestar post viernes, un quilombo con una novia, fiaca.
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Después vino el mail y la cosa se agilizó bastante pero no del todo. La impunidad de no dar la voz por teléfono dio pie a que cualquiera cancelara con un “no puedo” seco como tinta de word a minutos del encuentro. Y esa zona gris de que si no chequeaste los mails en el momento justo porque estás lejos de una computadora, cagaste, somos nueve y qué pasó, quién no vino.
Como organizador, uno descubre entre los amigos a los fieles del fútbol, a los que se bajan y les chupa un huevo conseguir a otro, a los que se presentan como si hubieran sido convocados por Diego para las eliminatorias y se dedican sólo a jugar, los que arman los equipos, los que protestan por todo, etcétera.
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Una de las situaciones más absurdas y gratificantes que genera organizar un fútbol es llamar a cualquier persona que uno conoce y sabe que la invitación a jugar un partido, por lo menos, le produce una duda: ¿voy o no voy? En general, esos jugadores de alma que conocí en trabajos, facultades, equipos de once, el barrio, a través de amigos, siempre dicen sí. Son los seres que Bilardo, Bianchi y Bielsa pondrían a jugar en cuatro puestos distintos a la vez, los tipos que llegás a la cancha y te reciben con una sonrisa, elongando.
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Hay actitudes que cuando organizas, te tocan un poco los huevos pero ninguna situación negativa y mezquinamente pensada por uno logra derribar el placer de conseguir diez a como dé lugar y ver que la pelota corre y la cuenta abultada de los goles se mantiene mientras se oyen gritos, se revientan tiros a kilómetros del palo y se grita uuh, bien, bien, vamos, la próxima entra.
Texto de Alejandro Güerri
Fotos mías de Iruya, Salta