miércoles, 21 de octubre de 2009

París

Hace justito dos años, andaba por el Louvre en París, debo admitir que me mato conocer París, fue un vuelo importante en mi vida, hacia rato que tenia el texto que pongo a continuacion que salio en los Blogs de La Nación es de Joaquín Muñoz.
Las fotos obvio son del Sebita, Gonza, Juanma y quien les escribe !!! Durante ya algo más de cinco meses pensé empezar este post diciendo “París es la ciudad más linda del mundo” y hoy, kilómetros bajo mis pies me veo forzado a no escribirlo. De entrada me parece demasiado grande, demasiado pesada, demasiado ciudad. Y por unos segundos me siento no reconocerme, a mí, Joaquín Muñoz, porteño de alma y profesión, cuando digo que una ciudad me parece demasiado ciudad.
Me parece sentir lo que muchos compatriotas cuando caminan las calles de mi Buenos Aires y se sienten aplastados por nuestros edificios. Me siento ajeno en una ciudad que debería haber sido mía.
París, la ciudad imperial de Napoleón, me hace sentir como uno más de los 26 millones de turistas que vienen a admirarla cada año, me invita a recorrer sus calles, bulevares, museos y monumentos plagados de gente y al final del día, cuando ya caigo rendido, prende sus luces y radiante me dice: “yo te avisé”.Empezando pagando respeto a Napoleón en el Hotel des Invalides, maravillandome con sus batallas de las cuales voy leyendo en “La Guerra y la Paz” del cual me queda cada vez menos, pasando por los Campos de Marte, la Torre y todo lo que París concentra en ella, Trocadero, el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, el Jardín de las Tullerías hasta el Louvre y la Isla de la Ciudad, París representa demasiada historia y me critica demasiada pretensión para una sola visita. París, la ciudad más visitada del mundo, no permite ser conocida como turista. Los turistas siempre serán ciudadanos de tercera clase en París. Serán aquellos que paguen el café en el Café de la Paix, y lo tomarán pensando en el precio. Serán aquellos que suban a la Torre Eiffel y se maravillen con su vista. Serán esos que visiten el Louvre y no absorban su historia. Serán aquellos que vean a Napoleón y sus batallas, y no compartan ni sientan su gloria.
Ahora que pasé por París me hubiera gustado no haber venido. Me hubiera gustado sentirme digno de la más grandiosa ciudad del mundo. Me hubiera gustado que París me reconozca y me acepte y me comparta aunque sea un poco de todo eso que hace a París. Como buen porteño me imaginaba buen parisino, y veo que de alguna manera me quedé corto. Que no se trata a la larga de una cuestión de actitud, sino que existe ese “no se qué” (chasqueando los dedos como Liz Solari en una propaganda de shampoo) que no se puede conseguir a menos que uno pase tiempo acá. Hay que avisar tambien que París es una estafa. Y que el sólo hecho de pensarlo me hace morderme la lengua. Cuando uno mira el precio, no está a la altura del lugar. Me gustaría no mirar los precios, pero París desangra mi presupuesto y a los pocos días ya es hora de continuar.
La ciudad luz, dueña de la mejor gastronomía mundial, me impide siquiera salir del menú baguette y fiambre, me prohibe una cerveza en un bar, y me niega un chocolate por la noche, y aún así, me hace saber que eso no me debería importar.
De hecho no me importa. Hacer un pic-nic en la plaza, mirando la cúpula del Hotel des Invalides, o la maravilla en blanco de Sacre Cour, o la exageración dorada de Versalles para mí no tiene precio. Y es que París, como una princesa, acepta sólo a quién es digno de ella. Todo el resto podrá pasar y ver y ser olvidado sin pena ni gloria. La París imperial, esa que yo venía a ver, no me despidió con un adiós, sino con un hasta luego. Y hasta luego le digo, mirando sobre mis hombros. La próxima vez, o la próxima después de esa, ya no seré yo el que se sorprenda. Si quiero algún día ser digno de París, tendré que sorprenderla, o esforzarme para que, como buen parisino, no me importe la diferencia.
Saludos.
JM