Un verdadero viajero sabe que es absolutamente indispensable volver de un viaje.
Si no volvemos nunca o, por el contrario, si al regresar retomamos inmediatamente, sin detenernos, nuestra vida normal, el viaje queda incompleto. Porque se interpreta mal y estrechamente un viaje cuando sólo se da relevancia al momento temporal específico en que se vive algo Esta vulgar interpretación ignora que a veces es sólo con el tiempo y con el trabajo que la memoria hace por detrás del yo, uniendo partes, destacando detalles, fecundando la tierra de la reflexión con olvidos, que surge la verdad de un lugar; sólo entonces llegamos a la experiencia verdadera y accedemos a lo que ese momento nos ofrecía, y, finalmente, sólo entonces lo vivido destila en aprendizaje.
Del mismo modo se equivoca quien apenas regresa pretende recuperar las experiencias del viaje relatándolas a sus conocidos. Este intento sólo puede llevar a la frustración: el viajero sentiría la angustia creciente por las palabras que en su continuidad traicionarían cada vez más la experiencia real del viaje, y vería cómo recuerdos preciosos perderían encanto y caerían frente a él como piedras al fondo de un pozo. Toda vuelta requiere un tiempo intermedio, silencioso y paciente, que, mediante el contraste con la efervecencia, impulsividad y confusión de un viaje, nos permite reconocer las idealizaciones de nuestras expectativas iniciales, la importancia vital de alguna situación o detalle, el significado de alguna felicidad o angustia incomprendida que nos sorprendió en algún momento del viaje y lo que nuestros errores tenían para enseñarnos. Pareciera como si, al viajar, nuestros pensamientos, por ir a una velocidad inferior, hubieran quedado demasiado atrás de nuestros movimiento reales y entonces se necesitara, antes de finalizar el viaje, un tiempo para dejar que puedan recorrer el tramo faltante.
Si no volvemos nunca o, por el contrario, si al regresar retomamos inmediatamente, sin detenernos, nuestra vida normal, el viaje queda incompleto. Porque se interpreta mal y estrechamente un viaje cuando sólo se da relevancia al momento temporal específico en que se vive algo Esta vulgar interpretación ignora que a veces es sólo con el tiempo y con el trabajo que la memoria hace por detrás del yo, uniendo partes, destacando detalles, fecundando la tierra de la reflexión con olvidos, que surge la verdad de un lugar; sólo entonces llegamos a la experiencia verdadera y accedemos a lo que ese momento nos ofrecía, y, finalmente, sólo entonces lo vivido destila en aprendizaje.
Del mismo modo se equivoca quien apenas regresa pretende recuperar las experiencias del viaje relatándolas a sus conocidos. Este intento sólo puede llevar a la frustración: el viajero sentiría la angustia creciente por las palabras que en su continuidad traicionarían cada vez más la experiencia real del viaje, y vería cómo recuerdos preciosos perderían encanto y caerían frente a él como piedras al fondo de un pozo. Toda vuelta requiere un tiempo intermedio, silencioso y paciente, que, mediante el contraste con la efervecencia, impulsividad y confusión de un viaje, nos permite reconocer las idealizaciones de nuestras expectativas iniciales, la importancia vital de alguna situación o detalle, el significado de alguna felicidad o angustia incomprendida que nos sorprendió en algún momento del viaje y lo que nuestros errores tenían para enseñarnos. Pareciera como si, al viajar, nuestros pensamientos, por ir a una velocidad inferior, hubieran quedado demasiado atrás de nuestros movimiento reales y entonces se necesitara, antes de finalizar el viaje, un tiempo para dejar que puedan recorrer el tramo faltante.
Brillante texto de Tierra en Berbecho.
Fotos del dueño del blog.
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