Para empezar, ser ateo no quiere decir no creer en dios. Un ateo no se define en relación con los religiosos, sino en función de su propia visión del mundo, que no requiere caer en la respuesta burda “dios” o “poder superior” para responder las cuestiones fundamentales del sentido. Y ser ateo no quiere decir tampoco sentir a la existencia vacía: esa es la representación que un creyente hace del ateísmo porque para él, si no hay dios, entonces esta realidad carece de sentido y de orden. Para el ateo el sentido no viene dado por ninguna realidad trascendente ni por ninguna existencia inmaterial y superior. La existencia tiene sentido de por sí, y en verdad tiene un sentido superior al de nuestras fuerzas. La vida es perfecta como es: avasallante, feroz, increíble, sensacional, compleja, desbordante, exhuberante, maravillosa, incomprensible. Que no pueda comprenderse no quiere decir que haya que apelar a dios, hay que entender y aceptar que la vida no es un fenómeno para comprender sino para experimentar, es plena en sí misma y no va a dar a ninguna parte. Tras la muerte, nada.
Aquí es cuando los religiosos dicen: ¿entonces no hay nada más, es sólo esto la vida, este pasar y perderse, todo esto para nada? Y donde un ateo debe responder: ¿qué, te parece poco, querías más, te hace falta más? Claro que es dura la certeza de que vamos a morir, pero eso no lo hace menos cierto. Podemos mentirnos, hacernos los que dudamos, decir “nadie sabe qué hay más allá”, pero creo que hoy en día, en el nivel de conocimiento que hemos alcanzado esta respuesta es siempre fingida y resulta poco creíble.
Y dos cosas más: los creyentes creen que sin religión no hay valores. Pues se equivocan, pretenden adueñarse de los valores como si estos no pudieran surgir de donde surgen realmente, de perspectivas humanas consensuadas a veces y a veces no. El valor no tiene origen divino y trascendente, es humano y problemático, como todo, y no está mal que así sea. La otra cosa: hoy en día hay muchos ateos que no saben o no aceptan que lo son. Muchas personas siguen con la tradición religiosa porque no quieren bancarse la dificultad de confrontar consigo mismos y con los demás, pero no creen realmente en dios. ¿Quiere decir que no creen en nada? El creyente suele decirle al ateo: bueno, no creés en dios pero creerás en algo, en vos, en la naturaleza, en algo más grande… El ateo debe responder: en la frase “yo creo en dios”, la parte clave no es “dios”, la parte clave es el “yo creo”. Los ateos no creemos, no tenemos la estructura de la fe para encontrar el sentido de la vida. El sentido está en nuestra sensibilidad misma, en nuestro deseo, en nuestro cuerpo, a cuyo refinamiento sensual le corresponde el nombre de espiritualidad sin que haya que recurrir a ninguna inmaterialidad innecesaria. Y no por eso somos inmorales o poco constructivos socialmente, tal vez justo lo contrario. Respeto a los creyentes, pero trato de que se respete a los ateos, cosa que no sucede del todo. Hay creyentes que me tocan el timbre para hablarme de dios, ¿podría yo, ateo, salir los domingos por el barrio para decirle a la gente que no necesita esconderse tras el truco de la fe?
By Alejandro Rozitchner