miércoles, 30 de enero de 2013

10,6''


Dentro del campo de juego el viento sopla a doce kilómetros por hora. Si hubiera soplado a sesenta kilómetros por hora, como ocurrió en la Ciudad de México seis días más tarde, quizás la jugada no hubiera acabado bien. 

El avance parece veloz por ilusión óptica, pero el jugador regula el ritmo, frena y engaña. Hay una geometría secreta en la precisión de ese zigzag, un rigor que se hubiera roto con un cambio en el viento o con el reflejo de un reloj pulsera desde las gradas. 

Terry Fenwick piensa en las variables del azar mientras se ducha cabizbajo tras la derrota. Sobre todo en una, la menos descabellada. 

Antes del partido, Fenwick le aconsejó a su entrenador Bobby Robson que lo mejor sería hacerle, al jugador rival, un marcaje hombre a hombre. Bobby respondió que que la marca sería zonal, como en los anteriores partidos. 

¿Qué habría ocurrido si Robson le hacía caso?, se preguntará Terry Fenwick desnudo, en la soledad del vestuario, con el agua reventándole las sienes. 

En este momento, a las trece horas, doce minutos y veintiséis segundos del mediodía, es él quien ve llegar al jugador con el balón dominado; es él quien cree que dará un pase al centro del área. Fenwick piensa igual que Burruchaga, apoya todo el cuerpo en su pierna derecha para evitar el pase y deja sin candado el flanco izquierdo. El jugador, con un pequeño salto, entra entonces por el hueco libre, pisa el área y encuentra los tres palos. 

«Mierda», le dirá a la prensa Terry Fenwick en 1989, «arruinó mi carrera en cuatro segundos». Dos años después de exabrupto, en 1991, Fenwick pasará cuatro meses en prisión por conducir borracho. Dirá, a mediados de la década siguiente, que no le daría la mano al jugador argentino si lo volviera a ver. 

En esas mismas fechas una de sus hijas cumplirá dieciocho años. Durante la fiesta, Terry Fenwick la encontrará besándose con un argentino en una playa de Trinidad. Reconocerá la identidad del muchacho por una camiseta celeste y blanca con el número diez en la espalda. Fenwick aún no lo sabe, pero en su vejez dirigirá un ignoto equipo llamado «San Juan Jabloteh» en Trinidad y Tobago, un país que nunca jugó un Mundial, pero que tiene playas. 

Fenwick se emborrachará cada día en la arena de esas playas. La tarde del encuentro de su hija con el argentino querrá acercarse al chico para golpearlo. El argentino hará el gesto salir para la izquierda y escapará por la derecha. Fenwick, de nuevo, se comerá el amague.