Subir a la azotea del Centro Pompidou, las manos en el bolsillo, un día de primavera a las siete de la tarde, y mirar a ningún sitio, que en París es como mirar a todas partes, dejar a los ojos que deambulen con pereza por los tejados, las cúpulas, las avenidas, las colinas, el río, el cielo, la Torre Eiffel... y luego cerrarlos para inventarse su propio París, un lugar que sigue haciéndose cada día y cada noche, a golpe de sensaciones, en la cabeza y en el alma prisionera de sus peregrinos.
París, retrato de una ciudad